Esa mañana me levanté bien temprano, teníamos una reunión que me hacía bastante ilusión. Un cliente pequeño, startup, con mucho potencial, una garra inefable, una idea infalible. Personas comprometidas con un proyecto que a la postre haría las delicias del sector tecnológico. Sería útil para las personas ajenas a la tecnología. Un buen soporte creativo y estratégico con un poco de pedagogía, algo de performance en posición de Branding subyacente y ¡voilà!… a volar.

A la 7:20 ya no aguantaba más en casa, salí hacia la oficina. Había estado repasando mentalmente el proyecto, de cabo a rabo, buscando resquicios, como hago siempre, puede, pero esta vez como si la estrategia, el soporte, campaña, su ramificación, la lectura de datos, el pivote… todo, fuera para un producto nuestro. Un producto Schrödinger. No buscaba grietas porque me lo rechazara el cliente, lo hacía porque estos chicos merecían nuestra más sincera ayuda. 

“Un buen soporte creativo y estratégico con un poco de pedagogía, algo de performance en posición de Branding subyacente y ¡voilà!… a volar.”

A las 7:43 estaba repitiendo la misma operación que en casa, esta vez de la sala de reuniones a la cocina, de ahí a mi mesa, salí a la calle, mi socia no me cogía el teléfono aún. Como de costumbre, valido con ella cien veces las cosas, esta vez no sería menos. Faltaban un par de horas para la reunión.

-Hombre, por fin me coges – Le dije al quincuagésimo timbrazo

-He pasado mala noche – Dijo ella

-Versión definitiva en ClickUp, echa un vistazo

-Dame dos minutos

-Ok, léelo con detalle, no lo leas en diagonal

Colgamos, me bajé a la calle. Ella es rápida, pensé. Pasarón algunos minutos, eternos. Suena el teléfono, justo había pedido un café, lo suelto, salgo a la calle, descuelgo

-¿Cómo lo ves? – Dije

-Es perfecto, es lo mejor que hemos hecho

-Joder, no me vaciles

-En serio, es cojonudo

A las 11:56 había terminado la reunión, distendida, constructiva, ellos se enamoraron. Cuando presento, mis compañeros analizan las caras de nuestros interlocutores, sus gestos, las inflexiones al verbalizar sus pensamientos, al ofrecer un feedback. Estaban enamorados. No solo les habíamos dado un proyecto para enamorar a la gente, también les habíamos abierto los ojos sobre su propio producto. No hay nada más bonito en esta profesión tan puta.

No solo queríamos venderles un proyecto, deseábamos ser parte de él. Ni siquiera por dinero. No soy un ingenuo, hacemos proyectos para ganarlo, pero sin duda esto merecía la pena más allá de la rentabilidad. No cabía la obscenidad presupuestaría, todo estaba ajustado al milímetro para salir adelante y que nadie perdiera. Pero… joder, el presupuesto de medios. El maldito presupuesto de medios. No encajaba.

“No solo queríamos venderles un proyecto, deseábamos ser parte de él”

A las 12:01 dijimos basta y nos pusimos a trabajar, más allá de este proyecto, pensando en todos los que no pueden permitirse una campaña en condiciones, una ramificación que haga rentable al máximo la inversión. Decidimos construir más allá de un cliente. Una alternativa de medios para todos. Tres palancas: exterior, social ads y televisión. Justo, democrático. Accesible y asequible para ir creciendo mientras el volumen también alimenta a los medios hasta que el propio crecimiento haga de cada cliente un activo importante para ellos. La filosofía es “déjalo entrar, déjalo crecer y mañana será tu mejor cliente”.

Inmediatamente relacionamos nuestro “basta” con la famosa frase de Ruth Ginsburg “Yo disiento” y tratamos esta novedad, la disrupción del sector, como si de un manifiesto se tratara. Así lo hicimos. Después de mucho negociar. Fracasos y aciertos, creamos Faraday y sus dos únicos productos: UBIQ-A, las tres palancas en un solo pack de medios y Urban, pantallas exteriores. Teníamos a los proveedores, comprometidos y convencidos, con ganas de algo nuevo. Los clientes no dudaron ni un segundo en empezar. Ilusionados, con ganas de crecer y verdaderamente convertirse en esa empresa que idearon sobre un papel.

 

 

“Inmediatamente relacionamos nuestro “basta” con la famosa frase de Ruth Ginsburg “Yo disiento” y tratamos esta novedad, la disrupción del sector, como si de un manifiesto se tratara.”

Nuestros amigos de aquella startup, esos ilusionados chavales y cientos de empresas más ven cómo sus proyectos salen adelante, otorgando altos ratios de beneficio sobre la inversión publicitaria. Y lo más importante, sienten cómo son parte de algo que va más allá de las pretensiones económicas. El nuevo paradigma ya emociona a muchos, porque, sin duda, cuando democratizamos una industria, un sector, sentimos que todo es más justo. Más democrático.

Sinceramente, es la hostia que nos hayamos cargado las barreras de la accesibilidad, de la ubicación, las barreras de muchos proyectos de gran valor. La democratización de los espacios es una realidad porque unos pocos, desde hace años NACIMOS PARA DISENTIR.

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YO DISIENTO

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